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No hay tiempo “Pa Ná”

Mi amigo Julio es una persona de mucho éxito profesional pero sobre todo personal que vive en Euskadi.

Agobiado por su querido Bilbao, por su estilo de vida, por la vorágine del día a día se echó al mundo a buscar su tiempo y su felicidad.

Se dio cuenta de que gestionar una vida no depende del entorno donde te encuentras, sino más bien de lo que uno mismo quiera hacer con el tiempo que tiene disponible en la cuenta corriente con la que se nace, y que solamente acepta reintegros.

En definitiva se convenció de que no hay ningún lugar en el mundo en el que el tiempo sea diferente o cunda más, da igual que sea una ciudad de 1 millón de habitantes o un pueblecito perdido en la montaña.

Hace años, nos encontramos por casualidad en nuestro Portugalete del alma. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Quizás unos correos de vez en cuando, pero poco más. Yo me había tomado unas vacaciones de un estresante Madrid, estaba saturado de proyectos inacabados y quería reflexionar.

Nos sentamos en una mesita de nuestro queridísimo Dowell¨s, y después de decirle lo estresado que estaba, con una tranquilidad pasmosa me contó su historia:

¿Sabes Alfredo? … hace años trabajando de Trader en Bilbao, en el centro del mundo, mi vida era un espectáculo. Me despertaba a las 4 de la mañana para seguir los mercados, tenía alertas que me despertaban si ocurría algo inesperado en las bolsas de todo el mundo, a las 6 de la mañana ya había ganado o perdido cientos de miles de Euros y aún no había desayunado. No disfrutaba de la calidad de lo que vestía o conducía, que era mucha, comía y cenaba en los mejores sitios pero todo era trabajo. Cuando dejaba la oficina a las 10 de la noche seguía trabajando porque nunca desconectaba. Me sentía cansado de todo aquello, veía que la vida se me escapaba entre los dedos y por mucho que los juntara no dejaba de fluir y no encontraba la forma de frenar todo aquello. Tenía una novia desde hacía varios años y decidimos dar un paso adelante, pero fue el peor de los errores, las 10 o 12 horas que tenía del fin de semana para mí solo, se ocuparon con compromisos familiares, visitas a inmobiliarias, y todo aquello que se hace en pareja cuando te comprometes.

Un sábado me quedé en casa desconectado absolutamente de todo y me quedé dormido en el sofá. A eso de las 4 de la mañana abrí los ojos y en las 100 pulgadas de tele que tenía, vi un hombre en una barquita pescando, estaba en Tailandia, era un reportaje sobre la bahía de phang nang, lo recuerdo perfectamente, y el señor pescaba, solamente hacía eso, un hombre delgado, curtido y quieto, muy quieto, con el sedal flotando y el locutor de fondo comentando las costumbres de la zona. En la barca había varios peces y al parecer el objetivo del hombre de ese día eran esos peces y nada más. Se me quedó grabada aquella escena de paz, de tranquilidad, de todo el tiempo disponible del mundo para hacer una solo tarea que no parecía muy complicada. Yo quería estar en ese bote. En ese momento odiaba todo lo relacionado con mi vida y quería convertirme en el pescador.

No hay tiempo “Pa Ná”

El domingo no quise saber nada de nadie, me encerré en mi pisito del centro y desconecté con el mundo exterior. Me hice una pequeña maleta con las cuatro cosas imprescindibles y dormí hasta el lunes de madrugada. Esa mañana me dirigí a Sondika y compré un billete a Bangok. No me despedí de nadie y nadie sabía que estaba haciendo aquello, pero yo era el hombre más libre del mundo.

Después de hacer escala en Frankfurt llegué a Bangok, creí estar de nuevo en Bilbao, pero mi destino final era un lugar donde pescar y vivir, así que me dirigí a Phuket cerca de Phang nang. Lo que yo quería era conocer a aquel señor para que me contará el secreto y me enseñara a pescar.

A tres días de mi escapada ya estaba en un ambiente totalmente diferente. Me alojaba en chabolas, visitaba pueblos, hacía rutas, pero la sensación era que estaba haciendo turismo. Después de varios días conocí a una familia formada por una un hombre una mujer y una adolescente que me alojaron es su vivienda por poco menos de 10 bats al día. Por las mañana, Sumalee, que así se llamaba la mujer y Sirikit la niña, iban a un campo de arroz y Kamon, el cabeza de familia iba a pescar… ¡yo quería esa vida! Se reunían al mediodía y por la tarde y comían la pesca acompañada con todo aquello que recogían con sus propias manos.

Aun no estaba integrado, pero todo aquello que veía es lo que sentía que me faltaba, era lo contrario a lo que yo hacía.

A la mañana siguiente me fui a pescar con el Kamon, ¡madre mía! estaba emocionado, esa era la escena que vi en la televisión. Mi amigo Kamon me contó que estaba muy preocupado por su hijo, que se marchó a Bangkok buscando una vida diferente y hace 2 años que no sabe de él. Aunque Kamon sale todos los días a pescar y tiene lo mínimo para subsistir, la responsabilidad de su hija no le deja dormir. Tiene que estar a la altura de las circunstancias para que Sirikit pueda tener un futuro en la comunidad. Está muy preocupado también por su mujer. Todos los días en el arrozal le están fastidiando los huesos y hay veces que no se encuentra muy bien. Kamon intenta levantarse antes para pescar más y venderlo en el mercado pero no puede, está demasiado cansado, las preocupaciones le debilitan. Cuando está pescando, solo piensa en que hacer mañana para que su vida mejore, pero no logra encontrar ninguna solución y cada vez está más estresado. El día que no consigue 4 pescados tiene problemas, porque con 2 paga a un hombre que le arregló el tejado. La pesca ahora no es como antes, no se pesca tanto.

Al día siguiente no me encuentro muy bien, tengo sensaciones que dejé encerradas en mi cuarto de Bilbao y creo que no conseguí llegar al destino correcto.

Volví a intentarlo en Africa, en Madagascar y fue lo mismo.

Después de tres meses buscando mi tiempo y la velocidad justa para disfrutar de él, me di cuenta de que no existe, no es una cuestión de huir de nuestro día a día, escapar de la cotidianeidad de nuestra vida, de nuestro entorno. Estas experiencias me enseñaron a que la cuestión no es la cantidad de tiempo que tenemos para hacer cosas, si no como gestionamos el tiempo que tenemos en nuestro haber, para hacer lo que realmente nos puede hacer felices.

Después de todo aquello y con la lección aprendida, volví a Bilbao y gestioné mi tiempo dando prioridad a mi vida, dando importancia a aquellas cosas que cuando tenga que hacer balance pueda cuadrarlo.

Ahora no vivo en el centro, ni conduzco un bentley, tampoco se el menú de los mejor restaurantes, pero sí que descanso, disfruto del cielo, me cojo el metro y me voy a Arrietara, ¿recuerdas las tardes en Sopelana?.., disfruto de las cosas, de la vorágine del día a día, y lo controlo, controlo mi vida, sé qué hacer con ella y creo que soy lo más parecido a una persona feliz.

No hay tiempo “Pa Ná”

Siempre encontraremos a alguien que saturado del día a día, frustrado por la falta de tiempo o mejor dicho, por no gestionar su tiempo de la mejor forma, nos dice que tiene ganas de marcharse, de irse, de alejarse lo máximo posible a otro ambiente, otra país lejano,… pero en ese país lejano siempre habrá alguien con ganas de marcharse, irse, alejarse lo máximo posible, y refugiarse quizás en el hueco que dejemos nosotros…..que absurdo,… ¿no?

Creo que las vivencias de Julio pueden ser una alternativa a uno de los comentarios más utilizados del mundo;

“No hay tiempo Pa Ná

No hay tiempo “Pa Ná”

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